Cosquillas en la panza. Nervios. Ansiedad. Miedo.
¿Que hago? ¿Como se sigue con esto?
Es nuevo, es distinto y asusta.
Salir de la zona de confort, correr el riesgo, probar lo nuevo, lo distinto.... ¡cuantas cosas!
Me freno. No puedo reaccionar. Me arrepiento.
Quiero entrar, quiero volver hacia atrás. Ya no puedo, la puerta se cerro detrás de mi. Me desespero.
Quiero abrirla de nuevo, meterme adentro y no volver a salir. Y no puedo, ya no puedo. Parezco torpe, no puedo volver a entrar... ¡por Dios!
Respiro hondo.
Que miedo da estar aquí fuera. ¿Que paso? ¿Cuando paso? Cuando decidí salir de mi y encontrarme con el mundo. Con la vida. ¿por que? Si resultaba tan agradable, en mi, en mis cosas, mis seguridades.
Tarde para el arrepentimiento. Ya estoy fuera.
Tengo que cruzar la calle del miedo. Tengo que animarme.
Pero... ¿Como se sigue? ¿Que se hace aquí? Cuantas cosas por aprender. Cuantas inseguridades me invaden y cuantas elecciones me esperan. Elegir un camino, pues quedarme quieta ya no puedo. Afuera no es un lugar para morar, más bien para andar.
Tengo que apurarme a cruzar.
Pero... ¿A donde ir? ¿Por donde arrancar? Cuantas preguntas en mi cabeza y esto acaba de empezar.
Tanto tiempo en las sombras, tanto tiempo en la caverna, buscando herramientas, leyendo teoría, aprendiendo metodología, y ahora... ahora es el momento de poner todo al servicio. Y como hacerlo sin morir de miedo, y como hacerlo sin morir en el intento.
Asusta salir de uno mismo. Asusta salir. Encontrarte con un mundo que no es todo lo terrible que lo imaginabas, es peor.
Todas las sospechas de odios, de miserias humanas, de desamor. Toda ausencia de Dios se hace presente entre los transeúntes que vagan por la vida sin encontrar un sentido, sin un rumbo, sin saber a donde ir.
¡Que nervios! Ya hay que hacerlo. Se me hace tarde para cruzar la calle del miedo.
Y uno ahí, con su mochila a cuestas y tanto masticado sin poder asimilar.
Y uno, con todo su ser y sin nada, en medio de está ciudad odiosa, en medio de tanto desamor.
Y uno ahí, simplemente entregándose. Al desnudo. Con el alma al aire.
Y uno, simplemente, tratando de ser feliz.
Y uno, simplemente, tratando de vivir.
Y que un día... esa calle del miedo... que tanto asustaba mirar, que tanto miedo daba cruzar, por fin, quede detrás. Lejana. Que ya nada tenga que ver con nosotros. Que solo sea un recuerdo, de saber que para llegar a donde llegue, tuve que haber cruzado la calle del miedo.
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