jueves, 20 de octubre de 2016

Hablemos

Hablemos de la violencia que hay en la sociedad, de la que hay en nuestras casas, en nuestras familias, de la que hay entre nuestros amigos, de la que hay en nosotros mismos.
Hablemos de las heridas que nos fueron dejando. De las que nos siguen provocando, de las que provocamos en los demás, queriendo o sin querer.
Hablemos de la indiferencia en torno a la violencia, hablemos de cuando miramos para otro lado, hablemos de cuando necesitamos que los demás no miren para otro lado.
Hablemos de educación, tan justa y necesaria, como tan carente. Hablemos de lo que enseñamos en nuestras casas, y lo que probablemente reproducimos a lo largo de nuestra vida como un código al que hay que atenerse.
Hablemos de las cosas que no nos cuestionamos, que simplemente dejamos ser o establecemos como verdades absolutas e inmodificables solo porque alguien más nos la dijo y nosotros jamás nos atrevimos a pensarlas. 
Hablemos de lo que callamos. No un día, ni dos, ni tres… hablemos de lo que callamos durante toda nuestra vida. Hablemos de esos silencios obligados que parecen acordados, pero sin acordarlos, sin siquiera hablarlos, sin desearlos ni estar de acuerdo.
Hablemos. Hablemos de hablar. Hablemos de decirnos las cosas, esas que callamos porque no sabemos como hablar, de las que callamos porque no sabemos cómo decir, de esas que callamos porque nos incitan a ocultar.
Hablemos de todo lo que tenemos en juego a la hora de hablar, a la hora de callar. De todo lo que se pone en juego cuando pongo la verdad sobre la mesa, de todo lo que perderíamos si la verdad ve la luz.
Hablemos del miedo. Hablemos del terror que tenemos a veces para decir algunas cosas. Hablemos de la presión que sentimos por cargar con una verdad oculta a los ojos de los otros, pero tan presente, tan hecha carne en quienes la viven.
Hablemos de la violencia que todos ejercemos en algún momento o situación, hablemos de la violencia que todos callamos. Hablemos de la violencia que denunciamos, y hablemos de la violencia que omitimos, e incluso justificamos.

Solo después de hablar, después de vaciarnos de la pudredumbre que nos quema por dentro, que nos deja prisioneros de nuestras propias heridas y nuestros propios miedos, podremos comenzar a hablar de redención. Hablar de redimirnos, hablar de salvarnos. Hablar de sanarnos.

Y después de hablar empecemos a construir algo positivo, desde otro lugar. 

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